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jueves, 11 de julio de 2013

El Lobo y La Luna

El lobo aullaba, con la cara alzada hacia la luna. Y la luna, aparentemente inmune a los ojos del hombre, le devolvía la mirada al ser que ella había visto crecer, noche tras noche, y al cuál había incitado un ansia de libertad innata. Era una relacción extraña y compleja de comprensión, por la soledad libre de ambos.
El lobo miraba a esa gran bola de luz misteriosa que le provocaba esos instintos tan irracionales de aullar, correr, perseguir, matar y probar la sangre una noche más. Con sus rojos ojos como la sangre fresca de la caza a la luz de la luna, se preguntaba en su fuero interno, aún sin saber, el por qué el ser humano que tanto miedo le tiene no es capaz de disfrutar de la misma libertad que él, olvidando el orden en el caos y disfrutando del caos en la libertad.
En esto se oyeron más espectros nocturnos como él, alzando sus voces al cielo y rasgando despiadadamente el silencio, vagando sin rumbo pero con convicción por las entrañas más temerosas de la libertad oscura, en una noche tan solo iluminada por su compañera de viaje, la luna.

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