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miércoles, 22 de enero de 2014

El Mar y los Pecados Capitales

Muy buenas a todos de nuevo, sé que llevo bastante tiempo sin escribir pero dicen que la inspiración viene en los malos momentos, supongo que si eso es cierto está bien eso de escribir poco. 
Muy pocos lo sabéis pero en Octubre conseguí una beca de la ECH (Escuela Contemporánea de Humanidades) junto con la Fundación Telefónica para un curso de escritura en el que tenemos clases variadas desde relato breve hasta música. Soy uno de esos 25 afortunados que consiguió la beca, y, obviamente, la estoy disfrutando.
Esta entrada es un ejercicio que nos mandó cierto profesor... curioso, dejémoslo ahí. Tenía que elegir un pecado capital y hacer que el mar lo represente. He decidido que a partir de hoy, como ando falto de inspiración literaria como en momentos anteriores de mi vida, voy a ir publicando todos y cada uno de los ejercicios que me manden, espero que, sinceramente, os gusten. Aquí va el primero:

El mar estaba en calma, estaba tranquilo, grande e inmenso, inabarcable. El sol despuntaba por el horizonte, parecía que el sol surgiese del mar, parecía que el gran astro dependiese de la inmensa masa azul que cubre nuestro planeta. El sol, fuente de vida y luz, de calor y vida dependiendo de algo, podríamos decir que de alguien.
Ese alguien, el mar, permitía que solo algunos lo cruzasen, solamente los dignos de hacerlo. El mar horadaba las rocas, testigos inamovibles de la historia de aquel gigante. Bueno, inamovibles para cualquiera menos para él, las deshacía y convertía en arena, las rompía si quería, solo podía hacerlo él de esa manera tan sencilla.
El mar arrastraba las cosas, las movía a su antojo, era imposible luchar contra su voluntad, y, obviamente él lo sabía, él sabía que era insuperable y perfecto. El cielo era azul por su reflejo, la vida existía porque surgió dentro de él, toda gota de agua que no estuviese dentro de él acabaría tarde o temprano conformando un todo invencible. Era capaz de inundar ciudades, de apagar fuegos y de arrasar y volver yerma la tierra virgen, de hundir barcos, matar personas sin apenas esfuerzo. Él dio la vida a todo ser, pero podría quitársela si quería, desde el hombre que se ahoga hasta el pez que es arrastrado por una corriente submarina.
Y, obviamente, lo sabía. Y se sentía invencible, invencible e inigualable por nada ni nadie. Él sabía que tenía el poder de hacer cualquier cosa. Lo sabía y lo utilizaba. Y así ha sido, es y será porque él lo quiere así, porque puede hacerlo y lo hace.