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miércoles, 26 de agosto de 2015

Cuando ocurra

Cuando mis besos busquen el ocaso de tus labios
y mis ojos a los tuyos, empapados.
Cuando vuele en un barco de cáscara de nuez
y tus dedos sean la tinta en el papel.
Será el momento preciso, exacto,
de rozarnos, perdernos, secarnos,
de romper todo y volverlo a hacer,
de entregarnos, sonreirnos, devorarnos,
de despertar con caricias al amanecer.
Mirándonos el alma sin descanso.
Arriesgándonos a arder.
Y por fin, dejar de ser extraños.

viernes, 21 de agosto de 2015

Benditos Malditos

"Benditas sean las raras excepciones, 
los moratones de los vulnerables, 
los labios que aprovechan los rincones, 
más olvidados, más inolvidables, 
benditos sean, benditos sean."
Joaquín Sabina.

Benditos sean los paseos por la playa,
las noches en vela sin letargo,
los señores que corren en mallas,
volver a casa al cantar el gallo.

Benditas las croquetas de la abuela,
los peces que mueren por la boca,
los ancianos que ya no tienen muelas,
los "cuento veinte" y "tiro porque me toca".

Malditos sean los chonis y sus "horos",
las niñas con escote hasta el ombligo,
los capullos que le echan mucho morro,
los padres que abandonan a sus hijos.

Maldito sea el vecino que está en obras,
y el que se compró la batería,
los que follan hasta altas horas,
los de a 30 por plena autopista.

Bendito sea el pivón que está a mi izquierda,
las sillas con respaldo acolchado,
los que saltan por encima de la mierda,
los que hoy por hoy conservan el trabajo.

Benditos sean los juegos infantiles,
Oliver y Benji, los pokémon,
todos y cada uno de mis ligues,
los amigos que hace tiempo que no vemos.

Malditos sean los tangas a lo Borat,
los que no saben de ortografía,
los que prefieren el luego al ahora,
los que tratan niños como mercancía.

Maldito sea el tiempo malgastado,
el ébola, la hepatitis y la rabia,
los polvos que pudimos haber echado,
los políticos que engañan con su labia.

Bendito sea el Ratoncito Pérez,
Papá Noel y los Tres Reyes Magos,
los que bailan en cuanto pueden,
los lacitos que vienen con regalo.

Bendita sea esa profe inolvidable,
las tetas de esa chica cuando corre,
las pilas de esas recargables,
los que venden sandías y melones.

Malditos sean todos los mentirosos,
los pelotas y chivatos de la clase,
los que deberían caerse a un pozo,
los hijos que no aprecian a su madre.

Malditos los que roban las medallas,
los que fingen absoluta inocencia,
los tontos, lerdos y bocazas,
los que nunca pierden la decencia.

Bendito, maldito Sabina...

domingo, 9 de agosto de 2015

¿Cris? ¡¿Cris?! ¡Cris! (Parte III)

La tercera noche llegó y con ella la oscuridad. Crespo fue a buscar a Cris al sitio acordado, pero ella llegaba tarde. No le importaba, esperaría lo que fuese necesario para volverla a ver. Esperó una primera hora contando brotes de hierba a su alrededor, agrupándolos por tamaños o tonos de verde en montoncitos perfectamente alineados unos con otros, con la minuciosidad propia de un cirujano de microbios, como diría ella.
La segunda hora la pasó mirando al cielo, contando estrellas. Y agrupándolas en dibujos extraños mientras les ponía nombres como "el carro grande" y "el carro chico", con la imaginación propia de un niño de cinco años. La tercera hora fue más dura, la pasó escuchando nada. Absolutamente nada de nada. Ni brisas, ni búhos, ni canción alguna. Dejó de oír a su alrededor y se sumergió dentro de sí mismo, con la eficacia y la angustia de un anciano que espera a su amante eterna.
La cuarta hora fue muy angustiosa. Se decidió a llamarla y sus compañeros grillos le brindaron su ayuda, llenando la noche, hasta ese momento silenciosa, de llamadas angustiadas con una voz melancólica y dulce que empañaba las estrellas. La quinta hora, al no aparecer Cristina, Crespo se encaminó al arrollo, no sin dejar de llamarla. A esas alturas ya había despertado a búhos, lechuzas, renacuajos y murciélagos. Todos se quejaban de aquel desvelo, pues hasta ese momento habían vivido de día. Hasta ese momento.
Durante la sexta hora, tras perderse varias veces, empezó a oír un ruido que le resultaba angustiosamente familiar. Agua chocando contra rocas. Aceleró el paso, no sin dejar de llamarla, ya casi por instinto. Empezó a correr, temiendo lo peor. Tropezó con una rama y cayó de bruces contra la arena del camino. Todo lleno de polvo, se levantó como pudo. Tosió. Volvió a toser. Y echó a correr. Corrió mientras los demás la llamaban. Corrió como un niño hambriento a por un mendrugo de pan. Corrió como una anciana en rebajas. Corrió como jamás había corrido. Corrió. Y siguió corriendo.
La séptima hora fue quizá la peor. Llegó al que había sido riachuelo y ahora era tres veces su tamaño. Y siete veces su fuerza. Se puso a llamarla. Cris. Cris. Debía acercarse y buscarla. Pero no, era una locura. ¡Ella podría haber sufrido un accidente! Aunque... ¿Y si lo sufría él también? Tenía que hacerlo. Por ella. Apartó sus miedos y nadó sin saber nadar como cantó sin saber cantar, por ella.
La octava hora fue la terriblemente definitiva. Tras nadar y gritar su nombre mil veces y mil veces más, tras inventar un dios y rezarle, tras todos sus esfuerzos... Vio un cuerpo sin luz que hubiera sido capaz de reconocer en cualquier sitio...
-¿Cris? ¡¿Cris?! ¡Cris! -la llamó como pudo, chapoteando y tragando agua, pero ella no respondió.
Al fin llegó a su lado y susurró su nombre... "¿Cri... Cris?" pero ella no se movió. Se acercó y le tocó la mejilla: estaba helada... Miró su abdomen: apagado... Tocó su pecho: absolutamente quieto. Lo comprendió enseguida. Se había ido. Se había apagado para siempre. Pero... No podía ser... Acababan de empezar a escribir su historia... No era justo. No. No. Y no. No podía ser.
Pero era. Cristina ya no estaba. Ni ella ni su luz, ni su sonrisa, ni su carcajada... Nada. Solo quedaba su música. ¿Pero de qué servía la música sin nadie que la disfrutase? De nada. Por eso Crespo se calló y se acurrucó junto a ella, en el más duro de los silencios, en la más dolorosa de las soledades. Sin cantar. Sin moverse. Sin respirar.
Y así, ambos acabaron juntos cuando el riachuelo creció aún más y se los llevo lejos, pero juntos. Al mar.
Desde entonces todos los grillos cantan cada noche la misma melodía que cantaba él, para recordarle y recordar que hasta las más cortas historias de amor tienen el poder de cambiar el mundo para siempre.
"Cris... Cris..."

viernes, 7 de agosto de 2015

Cris... Cris... (Parte II)

La segunda noche Crespo llegó antes de la hora acordada. Apenas había podido dormir durante el día de lo nervioso que estaba y, ahora mismo, sentía arañitas chiquititas bailando en su estómago. De repente una luz parpadeó a poca distancia y se acercó revoloteando: Cris.
-¡Hola! -le saludó ella.
-¡Hey! -la voz le tembló un poco cuando saludó a la luciérnaga.
-¿Preparado para una noche increíble?
-Por supuesto -sonrió el grillo.
-Tengo preparadas unas cuantas cosas -se acercó a él-. ¿Crees en la magia? -susurró.
-¿Pe-Perdona?
-Vamos, Crespo. ¡Que si crees en la magia! ¡Espabila!
-No, si la pregunta la he oído bien. Pero no sé...
-¿El qué? -arqueó una ceja.
-Me has pillado a contrapié. Normalmente no suelo creer en cosas paranormales -concluyó con seriedad.
-¡Oh, vamos! Sólo esta noche -le brillaron los ojos-. Déjame mostrártela. Por favor... -suplicó juguetonamente.
-Eh... Yo... Bueno. Pero solo esta noche. Y por ser tú.
-Oh, me halagas.
-Bah -espetó el grillo.
-Bueno. Deja de quejarte y ven -hizo un gesto para que la siguiera.
-Bueeeeno -se quejó Crespo.
Caminaron un buen rato en silencio. Solo se oía el zumbar de las alas de Cristina y los pasos de Crespo sobre el césped. Pero, si prestabas atención, podías oír el suspiro de las estrellas y el silencio del viento que hacían las veces de banda sonora a la noche.
-¿Dónde vamos? -preguntó él.
-Querrás decir dónde te llevo -le corrigió infantilmente.
-Bueno. Lo que sea.
-Ya lo verás. Ya lo verás...
-Tú y tus misterios, Cris.
-Ya falta poco. Ya casi estamos.
-Eso... Eso que oigo... ¿Es un río? -el miedo se reflejo en su rostro.
-Sí. Bueno. Es un riachuelo. ¿Por? -preguntó confusa.
-Ah no. No, no. Eso si que no... -se paró en seco. Su expresión de angustia daba miedo.
-¿Qué pasa? -cada vez estaba más confundida.
-Odio el agua. Es para los peces. No iré a un río. No señor
-Crespo... -se acercó y le rodeó con un brazo-. ¿Confías en mí?
-Cla-claro.
-No te va a pasar nada. Lo prometo -levantó una mano a modo de juramento solemne-. Sólo nos sentaremos al borde del riachuelo a cantar.
-¿Sólo? ¡Ja! "Sólo", dice...
-Porfaaaa -la luciérnaga no pudo evitar que saliera música junto a aquella inocente súplica.
-Pe... Pero...
-Por favor... Por mí -le miró a los ojos y sonrió.
-Eh... Bueno. Está bien. De acuerdo. Supongo
-¡Si!
-Peeeero nada de salpicar. Ni mojarse. Ni correr riesgos -estaba más serio que nunca.
-De acuerdo -le besó en la mejilla-. Gracias.
Y, a pesar de los temores de Crespo, siguieron caminando hasta llegar a un riachuelo que serpenteaba entre las rocas con un agua cristalina que reflejaba el blanco inmaculado de la luna. Se sentaron al borde del mismo, uno al lado del otro, y se quedaron en silencio.
-Relájate -le golpeó en el hombro-. Estás muy tenso. No es tan horrible.
-¿Que no lo es? ¿Tú has visto el agua? ¡Podría caerme y ahogarme!
-Ay, Crespo, de verdad. Lo haces todo taaaaan difícil...
-¡Pero es que es verdad!
-Chist -le puso un dedo en los labios para que dejase de hablar-. No hay peros que valgan esta noche, ¿de acuerdo?
-De... De acuerdo.
-Vamos a ver. Hoy vamos a cantar canciones, nada de solfeo. Vamos a cantar de verdad.
-Cantar, canciones. Olé. -se medio mofó él.
-Dios... A veces eres insoportable -le espetó, realmente molesta.
-Perdona, Cris. En serio... Yo...
-No. Es que se me quitan las ganas de enseñarte a cantar. Te lo digo de verdad -se medio apagó.
-Perdóname, de verdad. Yo no quería... Soy un imbécil -se sentía realmente mal.
-Mira Crespo... ¿Y si lo dejamos por hoy? -aseveró levantándose.
Crespo se quedó congelado, no sabía qué hacer, qué decir. Pero por favor, que no se fuera. No podría soportarlo. De repente se le ocurrió una idea, quizá fuese una locura pero...
-Cris, Cris -cantó.
La luciérnaga se giró y le miró, alucinando.
-Cris, Cris -repitió él.
-¿Pe... Perdona?
-Cris, Cris -volvió a cantar, con un sonido que a cualquiera nos sería familiar viniendo de un grillo.
-¡Crespo! ¡Es precioso! -brilló tan fuertemente que por un momento le robó el protagonismo a la luna.
-Cris... Cris... -empezó a sentir una vergüenza atroz por lo que acababa de hacer.
Era una locura. ¿Estaba tonto? Él, ¿cantando? Pero... Sí. Estaba atontado. ¿Qué le estaba pasando?
-Esto... Yo... -balbuceó el grillo.
-¡Has cantado mi nombre!
-Pero...
-Chist... -y le besó por sorpresa.
Un beso de esos que saben a luna, a algo exótico y a hierba cortada a la altura perfecta. Un beso de luz y música. Un beso robado con consentimiento.
-Cris... -ahora cuando la llamaba lo decía cantando, sin darse cuenta-. Yo...
-Calla, bobo. Serías capaz de estropearlo -y le volvió a besar.
-¿Y lo de enseñarme cantar?
-¡Que le den! Has cantado mejor que nadie que conozca. Y me has cantado mi nombre -parpadeó, medio sonrojada-. Es lo más bonito que han hecho por mí...
-Shh... -la besó despacio-. Cris, Cris -volvió a cantar-. Gracias por hacerme creer en la magia -sonrió antes de besarla.
Esa noche no hubo canciones. Ni hubo más música que el "Cris Cris" de un grillito al borde de un riachuelo, no se sabe muy bien dónde. La luna y las estrellas les cedieron el protagonismo a Crespo y a Cristina, que pasaron la noche juntos hasta que llegó el amanecer y acordaron verse al día siguiente. Justo antes de apagarse, la luciérnaga oyó tras de sí un ruido que ya le sonaba familiar: Cris... Cris...

miércoles, 5 de agosto de 2015

Cris... (Parte I)

Hace mucho, mucho tiempo, los grillos eran mudos y las noches silenciosas bajo la protección de las estrellas. Como mucho se oía el ulular de búhos aburridos y el susurro de la brisa que acariciaba las mejillas de la luna. Pero nada más.
Un buen día un grillo vio una luz que flotaba en la noche como una estrella portátil, como una mota de fluorescente polvo. Y la siguió embelesado.
-¡Eh! ¡Tú! No huyas por favor.
La luz se detuvo y se acercó al grillo con delicadeza.
-¿Si? -dijo dulcemente.
-¿Qué... Qué eres? -preguntó con miedo el grillo.
-Soy una luciérnaga, ¿y tú?
-Yo... Y-yo, yo soy un grillo -tartamudeó.
-¡Ah! Pues me llamo Cristina. Puedes llamarme Cris si quieres -sonrió con infinita dulzura.
-Yo me llamo Crespo, encantado. Y oye... ¿qué haces?
-¿Yo? Doy luz -agitó su cuerpo para mostrarlo- ¿y tú qué?
-¿Qué de qué?
-Que qué haces tú -insistió.
-¿Yo? Nada, la verdad. Es un poco aburrido, pero lo prefiero así -dijo el grillo con cierta pedantería en su voz.
-¡¿Nada?! ¿No te gustaría hacer algo? No sé... ¿Saltar, por ejemplo? -preguntó la luciérnaga con gran vitalidad.
-Saltar no, paso. Ya lo hacen mis parientes los saltamontes y me parecen ridículos con sus patitas enclenques dando saltos diminutos. ¿Salta-montes? ¿Montes? ¡Por favor! El único monte que saltan es el de la mierda que acumula el escarabajo pelotero -afirmó duramente el grillo.
-¡Anda ya! No seas tan desagradable -la luciérnaga se acomodó al lado del grillo-. Algo te gustará hacer, digo yo.
-Patochadas -bufó.
-¿Y bailar? ¿No te gustaría bailar?
-Eso para los arácnidos que parecen deformes con sus ocho asquerosas patas -defendió mostrando repugnancia.
-Mira que eres complicado... Veamos... Hummm... -se mordió el labio-. Enfoquémoslo de forma distinta. ¿Qué te gusta? -arqueó una ceja.
-¿A mí? -dudó un momento-.La hierba cortada a la altura exacta para dejarme ver, las cosas exóticas y... Bueno... La luna.
-¿La luna? -inquirió ella.
-Si. La luna. ¿Pasa algo?
-No, no. Qué va. A mi también me gusta mucho.
-Ah... Casualidad. Yo salgo de noche por eso -comentó secamente.
-¡Y yo! -exclamó iluminándose más aún.
-Ah... Entiendo.
-Y oye... No se te ha ocurrido nunca que... -dudó un momento-. Con esa voz que tienes... ¿Podrías cantar?
-¿Cantar? ¿Cantar? ¡Qué disparate! ¿Yo? -se señaló vehemente- ¿Cantando? ¡Ja!
-¿Y por qué no? -dijo la luciérnaga con dulzura.
-Para eso ya están... Ya están las... Los...
-¿Ves? No hay nadie que cante. Y cantar es muy bonito.
-Pero están las chicharras.
-Vamos, por favor -se mofó ligeramente-. Esas solo dan chillidos como un cerdo desafinado.
-Si pero...
-Pero ¿qué?
-Que... Que... -el grillo murmuró algo ininteligible.
-Si miras para otro lado y murmuras no te entiendo.
-Que yo...
-¿Si...?
-¡Que no sé cantar! -exclamó él.
-¿Cómo que no? ¡Pues yo te enseño! -volvió a iluminarse intensamente.
-No -contestó tajantemente.
-¿Cómo que no?
-Como que no -respondió negando con la cabeza.
-¿Por qué? -se quejó la luciérnaga.
-No quiero.
-Oh, vamos. ¡Venga!
-He dicho que no.
-Por favor... Me encantaría oírte cantar...
-¡Pero si no sé!
-¡Tú por eso no te preocupes! -le dio un ligero golpe en la espalda-. Yo te ayudo.
-¿En... En serio?
-Por supuesto. Hoy mismo empiezan las clases -dijo levantándose con entusiasmo-. Pero mientras vamos a ir dando un paseo.
-Pero oye... ¡Eh! ¡Oye!
Ella le ignoró y echó a volar a baja altura. El grillo se puso en pie y se apresuró a alcanzarla.
-¡Eh! ¡Eh! ¡Espera!
-Perdona, ¿decías algo? -la luciérnaga se giró, con una sonrisa pícara.
-Es... Espera... -el grillo intentó recuperar el aliento-. No vayas... tan... rápido.
-Vaaaaale -le guiñó un ojo.
Y ambos se pusieron a pasear bajo la atenta mirada de las estrellas.
-A ver... ¿Sabes algo de música? -le preguntó ella.
-La verdad es que no...
-Bueno. A ver. La teoría la sabrás, ¿no? -se giró hacia él-. Al menos las octavas y las notas, digo yo.
-Sí, eso sí. Lo aprendí hace mucho tiempo.
-¡Bien! Ya hemos avanzado mucho. Veamos... -se rascó la barbilla-. Dame un fa.
-Ya te he dicho que sólo me sé la teoría. Nada de cantar ni nada -se quejó el grillo.
-Vale, vale. Perdona. A ver... Dame esta nota -y un fa melodioso salió de su boca como un manantial de agua en el desierto.
-Humm... -él intentó repetir.
-No. No. No. Eso es un sol. Repite conmigo -se tocó el vientre con las manos-. Intenta darme esta nota -cantó.
-¿Cuál? ¿Está? Fa-fa-fa-faaaa -intentó el grillo.
-¡Muy bien! ¡Eso es! Al final te ha salido -y una carcajada brotó de su boca.
-¿En serio? -preguntó entusiasmado con la idea de haber dado en el clavo.
-¡Sí!
-Guau qué bien.
-Ahora... Un sol. Así. Dame un sol -cantó.
-¿Así? Sol-sol-sooool.
-¡Genial! Ahora... Fa-sol, ¿vale?
-Bueno. Pero no creo ser capaz. Soy muy torpe en estas cosas.
-Ains... ¡Calla! Intentalo. Fa-soooool
-Fa-sooool -repitió a la perfección.
-¿Ves? Te dije que podías.
Y así estuvieron toda la noche, nota por nota, practicándolas hasta que el grillo aprendió todas y cada una de ellas. Cuando ya iba a despuntar el alba ella le miró a los ojos y le dijo:
-Oye, Crespo...
-¿Si? -sonrió el grillo.
-Debemos volver. Es temprano y va a amanecer... -la pesadumbre se coló en los entresijos de su voz.
-Si... Bueno. ¿Mañana misma hora, mismo sitio? -sus ojos brillaron.
-Por mi genial. Pero ya mañana cantaremos, ¿de acuerdo? Nada de solfeo -le golpeó ligeramente con el hombro.
-Como mande la profesora -rió.
-Bueno Crespo... Pues hasta mañana -le lanzó un beso cuando se alejaba, antes de apagarse.
Crespo lo recogió saltando y se fue a casa solfeando y danzando, contento. Durante un momento se giró y susurro un "gracias, Cris" que solo pudo oír la hierba cortada a la altura perfecta para dejarle ver el lugar donde hacia apenas nada había estado ella.

martes, 4 de agosto de 2015

Soneto VIII

Echando de menos los besos de más,
que te queman con saña las pupilas
y te rompen la nariz mientras afirman
que no mires nunca para atrás.

Echando de más unos besos de menos,
que te sobran a la hora de la comida,
que en la cena empachado vomitas,
que se atragantan como el bocata del almuerzo.

Echan por tierra la añoranza
que cubre el cielo del cristal
con nubes de esperanza.

Echan al aire papeles a volar
que danzan como aquellos besos.
Aquellos besos que no volverán.