Vistas de página en total

miércoles, 21 de septiembre de 2016

Bailando.

La conocí una noche
que parecía cualquier noche.
En un bar que parecía cualquier bar.
Con una gente que parecía cualquier gente.

Pero no fue así.

Nos presentamos y nos dimos dos besos.
Estuvimos hablando y salimos a fumar.
Bebimos algunas cervezas,
más de las que pude contar,
y bailamos.

Joder si bailamos.

Me guiñó un ojo
y yo le guiñé una sonrisa.
Me robó un trago de cubata
y puso la cara de asco
más bonita
que yo había visto nunca.

Y seguimos bailando.

Me dijo que iba a pedir una canción.
Y volvió con los ojos
llenos de luciérnagas,
tanto
que eclipsaban
la bola de la discoteca.

Y seguimos bailando.

Después de marcarnos
un solo de guitarra
con púas imaginarias
me miró
y me dijo
que la que sonaba
era su canción.
Que me la dedicaba.

Me pasó las manos
por detrás del cuello
y volvimos a bailar,
aunque mi pulso
desacompasaba
el ritmo lento
de aquella dedicatoria.

Cuando el baile agonizaba
nos besamos.
Y nos quedamos quietos un buen rato.

Pero supongo
que era demasiado perfecto
para acabar bien:
se fue a por otro tercio
y jamás volvió.

Y me quedé sólo. Bailando.