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lunes, 27 de marzo de 2017

Calado.

Sé que no te puedo pedir muchas cosas
a ti que eres el único seísmo
capaz de derrumbar
y recomponer
mi vida entera.

Mientras tus ojos
apuñalen con infinita ternura
mis desvelos
y se me ponga cara de gilipollas
cuando me besas,
no podré pedirte nada
porque para qué quiero más
si estoy contigo.

Porque sobrevuelas los límites de lo involable
y mientras nos miramos
los mayas se inventan una nueva fecha
para el fin del mundo.

Las ventanas de toda la ciudad
reflejan, envidiosas, ese par de cataratas
que tienes por manos.
Pobres ingenuas,
no se acercan
ni a la mitad
de tu capacidad de desastre.

Y te recoges los miedos
en una trenza.
Y yo la aparto
para besar el mapamundi
que tienes en la espalda.
Y noto un escalofrío
que te recorre entera,
desde Chile a Filipinas.

Te giras y me besas la sonrisa
con la confianza de un pirata
que ha abordado el mismo barco
veinte millones de veces.
Y yo no me resisto
y depongo mis armas
porque contra ti
no tengo nada que hacer.

Bailamos con las farolas
hasta que la luna
nos compone un vals.
Cogemos un globo
y subimos a comer nubes
mientras dices
que quieres una
con sabor a chocolate.

Y sale la gente a la calle
y se atasca Gran Vía
y no hay investidura,
porque todas
las putas personas
de Madrid
no paran de mirarnos.

Te guardo en una foto
y en mil poemas
y aún así
sigues desbordándolos.

La lluvia no te moja,
se funde contigo
y me permito el lujo
de dejar el paraguas en casa
para que me inundes.

Me calas.
Hasta lo más hondo de mi cuerpo,
hasta el centro de gravedad
de mi planeta de cristal.

Y por eso
he decidido
que desde hoy
quiero vivir
sin paraguas
y calado hasta los huesos.