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miércoles, 13 de noviembre de 2013

La Llamada de Madrid

Caminaba sin rumbo pero con un fin. No tenía más camino que el que estaba haciendo en ese momento, en esa noche fantasmagórica por Madrid.
Las farolas iluminaban tenuemente las fachadas de aquellas casas del siglo dieciocho, con esos vanos tan extraños y esas puertas de madera antigua. El aire olía a historia, olía a magia y a melancolía, el aire olía a belleza, a noche, a Madrid.
Él proseguía con su caminata nocturna como si de un autómata se tratase, ni pensaba ni tenía intención de hacerlo, pero sin embargo, él caminaba por aquellas calles tan viejas como sus recuerdos, tan poco iluminadas como su memoria, tan cargadas como su mente.
Su mente. Podríamos decir que su mente era ancha y larga, con sinuosas entradas y salidas, con ruido y silencio, luces y sombras, con calles estrechas y anchas, llenas y vacías como por la que él caminaba ahora- Su mente era semejante a Madrid.
La luna también disfrutaba de Madrid, iluminando el Palacio Real, la Gran Vía, La Plaza Mayor, la calle Carretas, la calle Toledo, la Cava Baja y Alta… La luna disfrutaba paseando de la mano de aquel autómata extraño por unas calles que han visto tantas cosas que ni aquello les parece extraño, por unas calles tan curtidas en historias que no se sobresaltan, por unas calles que han sido paseadas tantas veces por gente tan extraña que su presencia no las llama la atención.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

La Llamada de París.

Paseaba por aquellas calles sin pararse a pensar ni en a dónde iba ni en dónde estaba. Se conocía la ciudad como la palma de su mano, o incluso mejor. París, la ciudad de los amantes, la ciudad del amor, de los artistas de los años 20, de la Belle Époque… París la magia por sus calles, la luna iluminando las casas antiguas y nuevas, colándose por las vidrieras de Notre Dame, haciendo relucir la Torre Eiffel, reflejándose en el Sena…
Paseaba por calles anchas y estrechas, como los entresijos de su mente. Calles antiguas y nuevas como sus recuerdos. Calles cortas como su esperanza, calles largas como su amor por París. Siguió caminando, sin prisa, disfrutando de la brisa otoñal correspondiente a esa época del año, disfrutando del silencio que reinaba a esas horas de la noche. Disfrutando de su gran amante, París.

Paseaba y seguía paseando, sólo pero sin necesidad de compañía humana, tenía el silencio penetrante, la luna espectral y la brisa mágica que le envolvía en su abrigo largo de color negro. Siguió hacia delante, llegó a una esquina, se detuvo y, sin motivo aparente, decidió volver sobre sus pasos. Estaba como ido, estaba embriagado de la magia y la majestuosidad de aquella ciudad, estaba literalmente enamorado de París.