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domingo, 21 de julio de 2013

El Lobo y La Luna 4

Así, bañado por la luna, se sintió casi completo, casi feliz. Pero eso era lo máximo a lo que podía llegar en su deseo inconmensurable de rozar la luna.
Aulló, aulló fuertemente, aulló al silencio y a la noche oscura, aulló con un aullido lleno de desesperanza, dolor y tristeza.
Cualquier ser que oyese ese sonido sentiría un gran temor, cualquier ser, excepto, quizás, el hombre.
El lobo volvió a aullar y una lágrima calló de sus ojos rojos como rubíes sangrantes. Una lágrima llena de apatía y desgana, llena de la tristeza más absoluta en la que ningún animal se haya podido sumir. Una lágrima con un dolor rojo como los ojos que la derramaron, con una angustia negra como las noches sin luna que tantas veces había vivído el ser que la emitía.
El lobo calló y miró por última vez al cielo nocturno, con las orejas gachas y las patas dobladas, despidiendose de alguna manera de su sueño imposible, la luna.

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