Vistas de página en total

sábado, 19 de julio de 2014

Nada de nada.

Él la buscaba entre las caras de la gente. Entre la anciana y el de la melena rockera. Tras las esquinas, en los bares, en los coches que pasaban ante sus ojos hechos de recuerdos. En el bus y en el metro, aunque no hubiese ni un alma vagabunda y solitaria que hiciese compañía a su propia soledad. En su cama en plena noche y al despertar. Pero nada.
Su mente giraba como una peonza en bucle, pasando por la misma imagen una y otra vez, por la misma idea o el mismo recuerdo. ¿Para qué? Todo para volver a empezar a girar de nuevo.
Sus ojos no servían ya para ver, sino para mirar en ellos. Para observar el vacío que dejó alguien, para mostrar al descubierto un alma deshollada por la nostalgia y el anhelo. Para mostrar como su luz jamás volvería a activarse como lo hacía antes cuando la veía. Realmente en sus ojos se podía ver la nada más absoluta.
Se dejó morir. No se suicidó, no tenía fuerzas ni para ello. Abandonó su cuerpo lentamente pues su alma estaba vacía desde hacía tiempo. Se apagó como se apagan las brasas de una hoguera tras varias horas. Se consumió como se consume el hielo al sol.
Y así vivió muriendo, como las olas que se deslizan hasta resbalar rendidas en la arena, como si de un "nada" lleno de "nada" caminante hacia la nada se tratase.

jueves, 10 de julio de 2014

¿Recuerdas cuando éramos niños?

¿Recuerdas cuando éramos niños? Aquellos “buenos días” de tu superheroína favorita: tu madre. Aquel desayuno en el que tenías ganas de empezar un nuevo día en el colegio a pesar de que el sueño no te dejase ver las galletas príncipe que mojabas en tu cola cao. Y aquel viaje al mundo mágico que era el colegio…
Una vez en la puerta sonaba el timbre, la hora de entrar… Dabas un beso a tu madre y te ibas corriendo con tu mejor amigo a jugar hasta que te echaban la bronca por no estar en la fila. Ya en clase te sentabas donde siempre, rodeado de amigos, todos en clase eran amigos tuyos. Y aprendías cosas nuevas y guays que contarías a tus padres por la tarde en casa.
El recreo era como entrar en el guardarropa de Narnia o cruzar un puente hacia Terabithia. Eras lo que quisieras ser, desde Pikachu hasta policía o astronauta, pasando por Casillas, Goku o el hijo pequeño jugando a “papás y mamás”. Y reías y gritabas. Y tu única preocupación era que ese rato no terminase nunca. Cromos, chapas, fútbol, muñecas, combas, “pilla pillas”… pero sobretodo el patio del colegio desbordaba algo, algo brillante y mágico, algo que se podría ver desde el infinito y más allá: imaginación.
Todo termina y tú tenías que subir a clase. Y sentarte donde antes. Rodeado de amigos. Y la profe os mandaba callar. Y luego empezaba la clase; inglés, medio, mates… Y un rato después, no sabías muy bien cuánto tiempo después, acababa la clase. Y a comer. Y otro recreo. La siesta no significaba otra cosa que algo aburrido que hacían tus padres los fines de semana. Y jugabas. O cambiabas cromos. O perseguías una pelota de Toy Story o de Winnie The Poo. Pero no parabas.
Y así claro, llegabas agotado a casa. Merendar y hacer dos cuentas y un problema de mates, repasar cono… y a ver la tele o al parque, dependía del día. A pesar de estar agotado en el parque corrías para no llegar el último y ser un huevo podrido. “Primero, pistolero. Segundo, campeón…” ¿Que tocaba subirse al árbol? Lo hacías. A veces te hacías pupa… Pero, como no, tu superheroína estaba ahí para echarte esa cosa mágica que llamaba “mercromoninina” y hacerte el “cura sana, culito de rana”.
Llegado el momento oías tu nombre acompañado de berridos ininteligibles y sabias que tenías que subir a casa. Bañarte. Cenar. Un cuento y a dormir. A esperar otro día mágico que no sabías si te traería la poción de Asterix o la bola de dragón. Y así era tu vida. Y te gustaba. Aunque no lo sabías tan bien como ahora, te gustaba.

Ahora la añoras. Dicen que “la nostalgia es negación del doloroso presente”. Yo prefiero citar a aquel gigante literario que dijo eso de: “todo tiempo pasado, fue mejor”. Y recomendarte algo: no dejes de sacar a tu “yo” infantil, no dejes de reír y de soñar. Si un día pudiste viajar a Terabithia siendo Oliver o Benji ¿Por qué ahora no?

Quiero dedicar esta entrada a J.M., no creo que haga falta decir nada más.