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lunes, 23 de mayo de 2016
De cómo escribe un poeta.
jueves, 12 de mayo de 2016
Ella quiere que le escriba un poema.
y la luna se oculta entre las nubes
celosa de no ser ya el final de mi catalejo.
Que cuente aquel día
que se detuvo el metro
porque me estaba abrazando en las vías.
Cuando se dejaron todas las banderas
a media asta
por la muerte de mis besos en los suyos.
El día que fuimos nosotros
y no el fútbol
quien llenó la Cibeles de galardones.
Dice que quiere que sea bonito.
Con buena rima. Buen ritmo.
Quiere un poema
típico de cabecera
de un típico libro.
pero sé que lo nuestro
es más grande
que cualquier libro de poemas.
Un libro de poemas
no vuelve impermeables
a los miedos
todas las aceras.
Ni hace que el hundimiento del Titanic
salga en segunda página
del periódico más vendido
a ambos lados del Manzanares.
Tampoco puede hacer
un muñeco de nieve
en una duna del Sahara.
No puede alinear las estrellas
para formar un nombre
ni puede abrir
las puertas del infierno.
Ni creo que pueda entenderlo nunca.
Pero no me importa.
Lo más bonito
es siempre
lo que menos comprendemos.
El universo.
La dirección del viento.
Los Reyes Magos
y el Ratoncito Pérez.
El por qué la chica más guapa del bar se fija en ti.
El cómo la primavera
deshiela los árboles
y saca a pasear las minifaldas...
son las que no comprendemos.
Por eso no quiero entenderla.
a escribir este poema
antes
de que ella
me lo pidiera.
domingo, 1 de mayo de 2016
Poema psicodeprimente.
Tengo piedras
pudriéndose en mi riñón,
agotadas de doler.
Una cicatriz bajo el silencio
que petrifica la pus que supura,
como una corrida por fascículos.
Un sombrero sobre un encefalograma plano,
un dolor sordo que se cansa de gesticular
justo en la mitad del pecho
donde me cuelgan muñones.
Una notificación en el móvil
que dice, textualmente, "nada".
Un coche eléctrico
en pleno apagón
por explosión
de una central nuclear.
Una bola de nieve, negra.
Harta de que otras botas la pisoteen.
El pie derecho afónico
y el izquierdo mudo,
haciendo que solo se entiendan
cuando se ponen la zancadilla
y tropiezan.
Una manecilla de reloj rota
que cuelga muerta
de mi muñeca.
Un botellín a medias
que no recuerdo haber abierto,
un cigarro encendido
que me pide
que lo acerque mucho a las cortinas.
Tengo un gato famélico,
diáfano, sintético, grisáceo.
Un perro rabioso que se olvidó de morder,
una tortuga que no sabe nadar
y un terrario donde esconder
el frío del invierno.
Hay un monstruo bajo mi cama
que no para de rugir,
en respuesta
al que escondí de pequeño en el armario.
Hay un semáforo en ámbar
que se limita a parpadear
sin darme un "si" o un "no".
Un vuelo de low cost
que derrapa por las vías
camino a un accidente,
a una explosión
en la que, ojalá,
no haya supervivientes.
Hay restos de un crimen
en mi bañera,
y mejor no hablar
de lo que esconde mi retrete.
Hay una brecha en mis encías
de la que huyen, en bandada,
gusanos sobre negras golondrinas.
Colgados del balcón
tengo puñales a secar.
Bajo la escalera guardo
un bote de nitroglicerina,
un mechero y tres cerillas
y un par de cajas
que me niego a abrir.
Sobre el escritorio
mi corazón,
mi hígado,
mis pulmones.
Un amasijo de pastillas
y algún que otro bolígrafo.
Y creo
que voy a probar a encajarlos
dentro de mi cuerpo
sin saber muy bien
dónde van.