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miércoles, 5 de agosto de 2015

Cris... (Parte I)

Hace mucho, mucho tiempo, los grillos eran mudos y las noches silenciosas bajo la protección de las estrellas. Como mucho se oía el ulular de búhos aburridos y el susurro de la brisa que acariciaba las mejillas de la luna. Pero nada más.
Un buen día un grillo vio una luz que flotaba en la noche como una estrella portátil, como una mota de fluorescente polvo. Y la siguió embelesado.
-¡Eh! ¡Tú! No huyas por favor.
La luz se detuvo y se acercó al grillo con delicadeza.
-¿Si? -dijo dulcemente.
-¿Qué... Qué eres? -preguntó con miedo el grillo.
-Soy una luciérnaga, ¿y tú?
-Yo... Y-yo, yo soy un grillo -tartamudeó.
-¡Ah! Pues me llamo Cristina. Puedes llamarme Cris si quieres -sonrió con infinita dulzura.
-Yo me llamo Crespo, encantado. Y oye... ¿qué haces?
-¿Yo? Doy luz -agitó su cuerpo para mostrarlo- ¿y tú qué?
-¿Qué de qué?
-Que qué haces tú -insistió.
-¿Yo? Nada, la verdad. Es un poco aburrido, pero lo prefiero así -dijo el grillo con cierta pedantería en su voz.
-¡¿Nada?! ¿No te gustaría hacer algo? No sé... ¿Saltar, por ejemplo? -preguntó la luciérnaga con gran vitalidad.
-Saltar no, paso. Ya lo hacen mis parientes los saltamontes y me parecen ridículos con sus patitas enclenques dando saltos diminutos. ¿Salta-montes? ¿Montes? ¡Por favor! El único monte que saltan es el de la mierda que acumula el escarabajo pelotero -afirmó duramente el grillo.
-¡Anda ya! No seas tan desagradable -la luciérnaga se acomodó al lado del grillo-. Algo te gustará hacer, digo yo.
-Patochadas -bufó.
-¿Y bailar? ¿No te gustaría bailar?
-Eso para los arácnidos que parecen deformes con sus ocho asquerosas patas -defendió mostrando repugnancia.
-Mira que eres complicado... Veamos... Hummm... -se mordió el labio-. Enfoquémoslo de forma distinta. ¿Qué te gusta? -arqueó una ceja.
-¿A mí? -dudó un momento-.La hierba cortada a la altura exacta para dejarme ver, las cosas exóticas y... Bueno... La luna.
-¿La luna? -inquirió ella.
-Si. La luna. ¿Pasa algo?
-No, no. Qué va. A mi también me gusta mucho.
-Ah... Casualidad. Yo salgo de noche por eso -comentó secamente.
-¡Y yo! -exclamó iluminándose más aún.
-Ah... Entiendo.
-Y oye... No se te ha ocurrido nunca que... -dudó un momento-. Con esa voz que tienes... ¿Podrías cantar?
-¿Cantar? ¿Cantar? ¡Qué disparate! ¿Yo? -se señaló vehemente- ¿Cantando? ¡Ja!
-¿Y por qué no? -dijo la luciérnaga con dulzura.
-Para eso ya están... Ya están las... Los...
-¿Ves? No hay nadie que cante. Y cantar es muy bonito.
-Pero están las chicharras.
-Vamos, por favor -se mofó ligeramente-. Esas solo dan chillidos como un cerdo desafinado.
-Si pero...
-Pero ¿qué?
-Que... Que... -el grillo murmuró algo ininteligible.
-Si miras para otro lado y murmuras no te entiendo.
-Que yo...
-¿Si...?
-¡Que no sé cantar! -exclamó él.
-¿Cómo que no? ¡Pues yo te enseño! -volvió a iluminarse intensamente.
-No -contestó tajantemente.
-¿Cómo que no?
-Como que no -respondió negando con la cabeza.
-¿Por qué? -se quejó la luciérnaga.
-No quiero.
-Oh, vamos. ¡Venga!
-He dicho que no.
-Por favor... Me encantaría oírte cantar...
-¡Pero si no sé!
-¡Tú por eso no te preocupes! -le dio un ligero golpe en la espalda-. Yo te ayudo.
-¿En... En serio?
-Por supuesto. Hoy mismo empiezan las clases -dijo levantándose con entusiasmo-. Pero mientras vamos a ir dando un paseo.
-Pero oye... ¡Eh! ¡Oye!
Ella le ignoró y echó a volar a baja altura. El grillo se puso en pie y se apresuró a alcanzarla.
-¡Eh! ¡Eh! ¡Espera!
-Perdona, ¿decías algo? -la luciérnaga se giró, con una sonrisa pícara.
-Es... Espera... -el grillo intentó recuperar el aliento-. No vayas... tan... rápido.
-Vaaaaale -le guiñó un ojo.
Y ambos se pusieron a pasear bajo la atenta mirada de las estrellas.
-A ver... ¿Sabes algo de música? -le preguntó ella.
-La verdad es que no...
-Bueno. A ver. La teoría la sabrás, ¿no? -se giró hacia él-. Al menos las octavas y las notas, digo yo.
-Sí, eso sí. Lo aprendí hace mucho tiempo.
-¡Bien! Ya hemos avanzado mucho. Veamos... -se rascó la barbilla-. Dame un fa.
-Ya te he dicho que sólo me sé la teoría. Nada de cantar ni nada -se quejó el grillo.
-Vale, vale. Perdona. A ver... Dame esta nota -y un fa melodioso salió de su boca como un manantial de agua en el desierto.
-Humm... -él intentó repetir.
-No. No. No. Eso es un sol. Repite conmigo -se tocó el vientre con las manos-. Intenta darme esta nota -cantó.
-¿Cuál? ¿Está? Fa-fa-fa-faaaa -intentó el grillo.
-¡Muy bien! ¡Eso es! Al final te ha salido -y una carcajada brotó de su boca.
-¿En serio? -preguntó entusiasmado con la idea de haber dado en el clavo.
-¡Sí!
-Guau qué bien.
-Ahora... Un sol. Así. Dame un sol -cantó.
-¿Así? Sol-sol-sooool.
-¡Genial! Ahora... Fa-sol, ¿vale?
-Bueno. Pero no creo ser capaz. Soy muy torpe en estas cosas.
-Ains... ¡Calla! Intentalo. Fa-soooool
-Fa-sooool -repitió a la perfección.
-¿Ves? Te dije que podías.
Y así estuvieron toda la noche, nota por nota, practicándolas hasta que el grillo aprendió todas y cada una de ellas. Cuando ya iba a despuntar el alba ella le miró a los ojos y le dijo:
-Oye, Crespo...
-¿Si? -sonrió el grillo.
-Debemos volver. Es temprano y va a amanecer... -la pesadumbre se coló en los entresijos de su voz.
-Si... Bueno. ¿Mañana misma hora, mismo sitio? -sus ojos brillaron.
-Por mi genial. Pero ya mañana cantaremos, ¿de acuerdo? Nada de solfeo -le golpeó ligeramente con el hombro.
-Como mande la profesora -rió.
-Bueno Crespo... Pues hasta mañana -le lanzó un beso cuando se alejaba, antes de apagarse.
Crespo lo recogió saltando y se fue a casa solfeando y danzando, contento. Durante un momento se giró y susurro un "gracias, Cris" que solo pudo oír la hierba cortada a la altura perfecta para dejarle ver el lugar donde hacia apenas nada había estado ella.

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