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viernes, 7 de agosto de 2015

Cris... Cris... (Parte II)

La segunda noche Crespo llegó antes de la hora acordada. Apenas había podido dormir durante el día de lo nervioso que estaba y, ahora mismo, sentía arañitas chiquititas bailando en su estómago. De repente una luz parpadeó a poca distancia y se acercó revoloteando: Cris.
-¡Hola! -le saludó ella.
-¡Hey! -la voz le tembló un poco cuando saludó a la luciérnaga.
-¿Preparado para una noche increíble?
-Por supuesto -sonrió el grillo.
-Tengo preparadas unas cuantas cosas -se acercó a él-. ¿Crees en la magia? -susurró.
-¿Pe-Perdona?
-Vamos, Crespo. ¡Que si crees en la magia! ¡Espabila!
-No, si la pregunta la he oído bien. Pero no sé...
-¿El qué? -arqueó una ceja.
-Me has pillado a contrapié. Normalmente no suelo creer en cosas paranormales -concluyó con seriedad.
-¡Oh, vamos! Sólo esta noche -le brillaron los ojos-. Déjame mostrártela. Por favor... -suplicó juguetonamente.
-Eh... Yo... Bueno. Pero solo esta noche. Y por ser tú.
-Oh, me halagas.
-Bah -espetó el grillo.
-Bueno. Deja de quejarte y ven -hizo un gesto para que la siguiera.
-Bueeeeno -se quejó Crespo.
Caminaron un buen rato en silencio. Solo se oía el zumbar de las alas de Cristina y los pasos de Crespo sobre el césped. Pero, si prestabas atención, podías oír el suspiro de las estrellas y el silencio del viento que hacían las veces de banda sonora a la noche.
-¿Dónde vamos? -preguntó él.
-Querrás decir dónde te llevo -le corrigió infantilmente.
-Bueno. Lo que sea.
-Ya lo verás. Ya lo verás...
-Tú y tus misterios, Cris.
-Ya falta poco. Ya casi estamos.
-Eso... Eso que oigo... ¿Es un río? -el miedo se reflejo en su rostro.
-Sí. Bueno. Es un riachuelo. ¿Por? -preguntó confusa.
-Ah no. No, no. Eso si que no... -se paró en seco. Su expresión de angustia daba miedo.
-¿Qué pasa? -cada vez estaba más confundida.
-Odio el agua. Es para los peces. No iré a un río. No señor
-Crespo... -se acercó y le rodeó con un brazo-. ¿Confías en mí?
-Cla-claro.
-No te va a pasar nada. Lo prometo -levantó una mano a modo de juramento solemne-. Sólo nos sentaremos al borde del riachuelo a cantar.
-¿Sólo? ¡Ja! "Sólo", dice...
-Porfaaaa -la luciérnaga no pudo evitar que saliera música junto a aquella inocente súplica.
-Pe... Pero...
-Por favor... Por mí -le miró a los ojos y sonrió.
-Eh... Bueno. Está bien. De acuerdo. Supongo
-¡Si!
-Peeeero nada de salpicar. Ni mojarse. Ni correr riesgos -estaba más serio que nunca.
-De acuerdo -le besó en la mejilla-. Gracias.
Y, a pesar de los temores de Crespo, siguieron caminando hasta llegar a un riachuelo que serpenteaba entre las rocas con un agua cristalina que reflejaba el blanco inmaculado de la luna. Se sentaron al borde del mismo, uno al lado del otro, y se quedaron en silencio.
-Relájate -le golpeó en el hombro-. Estás muy tenso. No es tan horrible.
-¿Que no lo es? ¿Tú has visto el agua? ¡Podría caerme y ahogarme!
-Ay, Crespo, de verdad. Lo haces todo taaaaan difícil...
-¡Pero es que es verdad!
-Chist -le puso un dedo en los labios para que dejase de hablar-. No hay peros que valgan esta noche, ¿de acuerdo?
-De... De acuerdo.
-Vamos a ver. Hoy vamos a cantar canciones, nada de solfeo. Vamos a cantar de verdad.
-Cantar, canciones. Olé. -se medio mofó él.
-Dios... A veces eres insoportable -le espetó, realmente molesta.
-Perdona, Cris. En serio... Yo...
-No. Es que se me quitan las ganas de enseñarte a cantar. Te lo digo de verdad -se medio apagó.
-Perdóname, de verdad. Yo no quería... Soy un imbécil -se sentía realmente mal.
-Mira Crespo... ¿Y si lo dejamos por hoy? -aseveró levantándose.
Crespo se quedó congelado, no sabía qué hacer, qué decir. Pero por favor, que no se fuera. No podría soportarlo. De repente se le ocurrió una idea, quizá fuese una locura pero...
-Cris, Cris -cantó.
La luciérnaga se giró y le miró, alucinando.
-Cris, Cris -repitió él.
-¿Pe... Perdona?
-Cris, Cris -volvió a cantar, con un sonido que a cualquiera nos sería familiar viniendo de un grillo.
-¡Crespo! ¡Es precioso! -brilló tan fuertemente que por un momento le robó el protagonismo a la luna.
-Cris... Cris... -empezó a sentir una vergüenza atroz por lo que acababa de hacer.
Era una locura. ¿Estaba tonto? Él, ¿cantando? Pero... Sí. Estaba atontado. ¿Qué le estaba pasando?
-Esto... Yo... -balbuceó el grillo.
-¡Has cantado mi nombre!
-Pero...
-Chist... -y le besó por sorpresa.
Un beso de esos que saben a luna, a algo exótico y a hierba cortada a la altura perfecta. Un beso de luz y música. Un beso robado con consentimiento.
-Cris... -ahora cuando la llamaba lo decía cantando, sin darse cuenta-. Yo...
-Calla, bobo. Serías capaz de estropearlo -y le volvió a besar.
-¿Y lo de enseñarme cantar?
-¡Que le den! Has cantado mejor que nadie que conozca. Y me has cantado mi nombre -parpadeó, medio sonrojada-. Es lo más bonito que han hecho por mí...
-Shh... -la besó despacio-. Cris, Cris -volvió a cantar-. Gracias por hacerme creer en la magia -sonrió antes de besarla.
Esa noche no hubo canciones. Ni hubo más música que el "Cris Cris" de un grillito al borde de un riachuelo, no se sabe muy bien dónde. La luna y las estrellas les cedieron el protagonismo a Crespo y a Cristina, que pasaron la noche juntos hasta que llegó el amanecer y acordaron verse al día siguiente. Justo antes de apagarse, la luciérnaga oyó tras de sí un ruido que ya le sonaba familiar: Cris... Cris...

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