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domingo, 19 de mayo de 2013

Sin potestad para encontrar la felicidad.

Cuando algo te oprime el pecho, te estruja el corazón, te encoge el estómago; cuando algo te hace sentir vacío, marchito, ahogado, sin nada; cuando no identificas ese algo, cuando ese algo es todo y nada, cuando ese algo está ahí, pero solo lo ves tú, lo sufres tú, lo escondes tú... es entonces cuando te pierdes, das vueltas y más vueltas, viajas lejos y te duele, ves la realidad y sangras; ves lo que pudo ser y no fue, lo que podría ser y no será.
Cuando sientes que tu lucha no tiene objetivo, que no tiene causa ni motivo, que no tiene ni inicio ni final... Te das cuenta de que la felicidad es demasiado efímera como para disfrutarla al máximo, que la apatía, la melancolía, la desesperanza, la soledad y lo gris vuelven cual bumerán que un buen día intentaste alejar de tí.
Y ahí, ahora, en este momento, te entran dudas por todo, lo más simple te hace sufrir y no reir como antes, lo más complejo está demasiado alejado como para pelear por ello, y todo lo que creías, apreciabas y querías se tambalea, está al borde del desastre.
Y lo peor podría ser esto, pero el problema viene cuando indentificas el fallo con todo y con nada. Cuando cualquier cosa, por ínfima que sea, derrama lágrimas de sangre. Cuando la base y la piedra angular no son identificadas, son sombras, nubes oscuras... Esa luz que buscabas cada día ahora ya no está, en su lugar hay solo oscuridad y soledad, vacío y frío. Y por mucho que escarbas lo único que logras es que te sangren los dedos de trabajar, el corazón de desesperanza y el cerebro de incertidumbre.
Y te llenas entero de sangre, dolor y lágrimas, con la esperanza de salir del hoyo, pero te cae más tierra encima, te pisotea un algo macabro que es feliz arrancandote la luz que tenías dentro, te lo arranca con una mano fría y huesuda, con una sonrisa malévola y una mirada que solo transmite pavor, pavor por lo que te puede provocar.
Y esa mano huesuda deja tu mano sola, sin apoyo, inerte; la sonrisa malévola deja tu sonrisa congelada para la posteridad, una sonrisa sin un ápice de felicidad; y esa mirada, esa mirada pavorosa deja tu mirada vacía, sin nada, sin luz ni alegría, sin ver y sin mirar, tan solo te deja frialdad.
En ocasiones piensas que mejor la muerte, pues por lo menos es rápida y certera, y al menos no disfruta haciendote sufrir, dejandote sin nada, vaciandote de todo, dandote fuerzas tan solo para que sigas viviendo pero sin esperanza ni felicidad, sin calor ni humanidad, vagando por un camino interminable, sin rumbo, como si fueras una simple hoja a merced de los antojos de la mar, una nube que cumple sin rechistar los mandatos del viento, una gota de agua que no tiene otra opción que ir allí donde la corriente la lleve, sin potestad para decidir ni para encontrar la felicidad.

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