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domingo, 5 de abril de 2015

Mientras me lavo los dientes

Mira dónde he llegado haciéndote caso. A un estado grumoso y granulado de pequeñas tumoridades grisáceamente sanguinolentas.
Si si. Te hablo a ti, yo. Suena paradójico discutir contigo cuando eres yo mismo. Pero todo es tan confuso como una chistera saliendo de un conejo. Eso hasta tendría cierta gracia.
¿Dónde estás? ¿Estás detrás de mi pulmón izquierdo? ¿O escondido en la rodilla? ¿Quizá hayas huido al ombligo? No es mal sitio para esconderse, al lado están las cosquillas, aunque las tengo un poco oxidadas. Y se me empieza a oxidar también el corazón, de usarlo cada vez menos. Según va pasando el tiempo van cerrando salas dentro de él llenas de granulaciones grises y rojas. Y no lo entiendo, siempre he batido bien el colacao para que no quedasen grumos...
Que mis bolis rebosan tinta y mi escritorio se encuentra debajo de un millón de papeles en blanco. Palabra, tachón, palabra, tachón... Un reloj que va contando todo ese tiempo que llevo inquieto en mi sillón, con el modo piedra en ON. Y no lo entiendo.
Quizás se deba a que he empezado a tomar café y Peter Pan se pone traje para ir a trabajar. Quizás simplemente tengo que asumir que en una de mis cagadas nivel diarreico, eché por el culo todo lo que había sido, cagándola aún más. O quizás no haya mirado en el hueco que tengo entre dos muelas y, con la suerte que ya no tengo, se encuentren allí los restos de mi yo anterior y pueda volver a tener que hasta robar bolígrafos. Y los gaste también. Ojalá. De momento, voy a lavarme por millonésima vez los dientes a ver si encuentro algo. Y soy capaz volver a escribir.

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