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sábado, 19 de julio de 2014

Nada de nada.

Él la buscaba entre las caras de la gente. Entre la anciana y el de la melena rockera. Tras las esquinas, en los bares, en los coches que pasaban ante sus ojos hechos de recuerdos. En el bus y en el metro, aunque no hubiese ni un alma vagabunda y solitaria que hiciese compañía a su propia soledad. En su cama en plena noche y al despertar. Pero nada.
Su mente giraba como una peonza en bucle, pasando por la misma imagen una y otra vez, por la misma idea o el mismo recuerdo. ¿Para qué? Todo para volver a empezar a girar de nuevo.
Sus ojos no servían ya para ver, sino para mirar en ellos. Para observar el vacío que dejó alguien, para mostrar al descubierto un alma deshollada por la nostalgia y el anhelo. Para mostrar como su luz jamás volvería a activarse como lo hacía antes cuando la veía. Realmente en sus ojos se podía ver la nada más absoluta.
Se dejó morir. No se suicidó, no tenía fuerzas ni para ello. Abandonó su cuerpo lentamente pues su alma estaba vacía desde hacía tiempo. Se apagó como se apagan las brasas de una hoguera tras varias horas. Se consumió como se consume el hielo al sol.
Y así vivió muriendo, como las olas que se deslizan hasta resbalar rendidas en la arena, como si de un "nada" lleno de "nada" caminante hacia la nada se tratase.

1 comentario:

  1. ¡Qué bueno! Las repeticiones no quedan cansinas, sino que dan ritmo; y la musicalidad está increíble.

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