¿Recuerdas cuando éramos niños? Aquellos “buenos días” de tu
superheroína favorita: tu madre. Aquel desayuno en el que tenías ganas de empezar
un nuevo día en el colegio a pesar de que el sueño no te dejase ver las
galletas príncipe que mojabas en tu cola cao. Y aquel viaje al mundo mágico que
era el colegio…
Una vez en la puerta sonaba el timbre, la hora de entrar…
Dabas un beso a tu madre y te ibas corriendo con tu mejor amigo a jugar hasta
que te echaban la bronca por no estar en la fila. Ya en clase te sentabas donde
siempre, rodeado de amigos, todos en clase eran amigos tuyos. Y aprendías cosas
nuevas y guays que contarías a tus padres por la tarde en casa.
El recreo era como entrar en el guardarropa de Narnia o
cruzar un puente hacia Terabithia. Eras lo que quisieras ser, desde Pikachu
hasta policía o astronauta, pasando por Casillas, Goku o el hijo pequeño
jugando a “papás y mamás”. Y reías y gritabas. Y tu única preocupación era que ese
rato no terminase nunca. Cromos, chapas, fútbol, muñecas, combas, “pilla pillas”…
pero sobretodo el patio del colegio desbordaba algo, algo brillante y mágico,
algo que se podría ver desde el infinito y más allá: imaginación.
Todo termina y tú tenías que subir a clase. Y sentarte donde
antes. Rodeado de amigos. Y la profe os mandaba callar. Y luego empezaba la
clase; inglés, medio, mates… Y un rato después, no sabías muy bien cuánto
tiempo después, acababa la clase. Y a comer. Y otro recreo. La siesta no
significaba otra cosa que algo aburrido que hacían tus padres los fines de
semana. Y jugabas. O cambiabas cromos. O perseguías una pelota de Toy Story o
de Winnie The Poo. Pero no parabas.
Y así claro, llegabas agotado a casa. Merendar y hacer dos
cuentas y un problema de mates, repasar cono… y a ver la tele o al parque,
dependía del día. A pesar de estar agotado en el parque corrías para no llegar
el último y ser un huevo podrido. “Primero, pistolero. Segundo, campeón…” ¿Que
tocaba subirse al árbol? Lo hacías. A veces te hacías pupa… Pero, como no, tu
superheroína estaba ahí para echarte esa cosa mágica que llamaba “mercromoninina”
y hacerte el “cura sana, culito de rana”.
Llegado el momento oías tu nombre acompañado de berridos
ininteligibles y sabias que tenías que subir a casa. Bañarte. Cenar. Un cuento
y a dormir. A esperar otro día mágico que no sabías si te traería la poción de
Asterix o la bola de dragón. Y así era tu vida. Y te gustaba. Aunque no lo
sabías tan bien como ahora, te gustaba.
Ahora la añoras. Dicen que “la nostalgia es negación del
doloroso presente”. Yo prefiero citar a aquel gigante literario que dijo eso
de: “todo tiempo pasado, fue mejor”. Y recomendarte algo: no dejes de sacar a
tu “yo” infantil, no dejes de reír y de soñar. Si un día pudiste viajar a
Terabithia siendo Oliver o Benji ¿Por qué ahora no?
Quiero dedicar esta entrada a J.M., no creo que haga falta decir nada más.
Quiero dedicar esta entrada a J.M., no creo que haga falta decir nada más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario