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sábado, 14 de junio de 2014

El espía entre los juncos

Apartó los juncos y la vió. Quedó perplejo ante aquella belleza sobrenatural. La luna y el agua del río se derramaban sobre su cuerpo desnudo. Su rostro miraba hacia el infinito desde la inmensa profundidad de sus ojos, como compitiendo en amplitud. Era... era... imposible de describir con palabras, pero... aunque se quede corto, diremos que era la más bella, que no tenía igual ni entre dioses ni entre mortales.
Se quedó paralizado, estático. Ojalá el tiempo hubiera hecho lo mismo durante un para siempre.
Pero ella se sumergió en las aguas que se apartaban a su paso como si no mereciesen rozarla. Y la perdió de vista. Su corazón se encogió y quiso llorar, o correr, o nadar, lo que fuera necesario para volverla a ver, pero volverla a ver.
Emergió elegante como un volcán entre glaciares o una rosa negra entre las blancas. Y su corazón volvió a latir. Su corazón se movía al ritmo que marcaban ella y su existencia, jamás más deprisa, jamás más despacio, pero siempre en compañía.

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