Vistas de página en total

miércoles, 20 de septiembre de 2017

Guerra y búnker

Solo necesito
el búnker de tus brazos,
el escondite de tus ojos,
el seguro de vida de tus labios.

Algo que me salve
del cielo y el infierno,
que sujete los alfileres
estacados en la herida de mi costado.

Te necesito porque eres nube,
libre e impredecible.
Porque eres niebla,
inabarcable y suave.
Porque eres lluvia,
feroz y prodigiosa.

Te necesito porque se me caen
los sombreros de los ojos
en el otoño de mis miedos.
Y me siento como un cervatillo
que se sabe presa,
mientras espera
de dónde, cómo y cuándo
vendrá el próximo balazo.

Noto la tierra fría
bajo mis zapatos
y me planteo
la posibilidad
de trasladarme allí abajo
hasta que pase
la tormenta de tu ausencia.

Los ojos curiosos y luminosos
de las farolas
me taladran los pulmones,
pero no me doy ni cuenta.

Un semáforo me guiña en ámbar
mientras otro,
un poco más allá,
me hace burla.

Han comenzado
los bombardeos.

Doy saltos
de charco en charco,
evitando las bombas
que salpican lodo
sobre mi camisa,
antes blanca.

Unos pasos más allá
el feto malformado
de mis ilusiones
sangra copiosamente
por el nuevo muñón de su brazo,
que luce con el grito
de mil plañideras negras.

No
le hago
caso.

Un pez se retuerce
a bocanadas
sobre la sangre de los inocentes
que pagaron cara
mi guerra.

Mi
guerra.

Sin tu búnker.

Es entonces cuando recuerdo que no estás
y que no hay refugio posible
en la estepa de metralla.

Y lo entiendo todo.

Miro un avión.
Suelta una bomba.
Abro los brazos.
Me pongo debajo.

Fin.

No hay comentarios:

Publicar un comentario