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lunes, 25 de julio de 2016

Creo...

Creo...
Creo que ella me ha olvidado.
No porque beba mucho
y a deshoras
(que también),
sino porque no la noto al otro lado de mi mente,
al final del precipicio,
en el subsuelo de la luna.

Creo que me ha olvidado.
Es lo más obvio.
Nunca tuvo buena memoria.

Lo creo porque yo casi lo he logrado.
Casi.
Casi ni la pienso,
casi ni la quiero,
casi ni la echo de menos.

Casi.

Ya no busco su nombre en guías telefónicas
que no hacen más
que mirarme desde el otro lado del cristal.
Ya no oteo su falda
entre las que echan raíces
en piernas ajenas,
aunque ella siempre fue más de vaqueros.
Ya no la comparo
con otras chicas,
todas tienen menos tetas.

¡Hasta he logrado hacerme pajas
pensando en otras!

Creo...
Creo que ella me ha olvidado.
Porque no le pondrá
mi nombre a ningún perro,
ni volverá a hacer macarrones
al ritmo que marquen mis manos en su cuerpo,
ni siquiera volverá a probar
un chupito de ron miel.

Sé que ella me ha olvidado.
Lo sé.

Pero también sé
que tarde o temprano
acabaré olvidándola
yo también.

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