El gris dominaba el mar, el cielo y su corazón. El ruido monótono de las olas murmuraba secretos de barcos hundidos y las rocas observaban, como custodios de la magia del lugar. Al fondo las nubes se precipitaban hacia el agua, como los recuerdos lo hacían hacia su oxidado corazón.
No había cambiado nada la playa desde que fue por primera vez. Las mismas lenguas de arena, el mismo ruido embotado en sus oídos e incluso se diría que las mismas personas. La temperatura era lo único agradable de ese momento.
Un pedazo de mar surgió de sus ojos y murió en su mejilla. Cogió aire y se le encogió el corazón. Recordó su mirada y su luz propia. Su sonrisa capaz de curar cualquier herida y su voz capaz de calmar su alma. Miró instintivamente a la derecha pero se topó con un muro de vacío. Ya no estaba. Se había ido. Y ya era hora de irse también.
Recogió sus cosas mientras los pedazos de mar de sus ojos se ahogaban en la arena. Comenzó a llover y él lo agradeció. No era el único, las nubes también lloraban su ausencia.
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jueves, 7 de agosto de 2014
Una lágrima en la arena
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